Patricia, a nosotras nos inspiras, ¿quieres presentarte?:
Me llamo Patricia Núñez Cortés. Soy extremeña, tengo 37 años y estudié veterinaria. Desde marzo de 2020 dirijo la Delegación de Extremadura en Bruselas, que cuenta con un equipo de nueve fantásticos profesionales. Me encanta observar y escuchar a las personas, aprender de ellas e intentar hacer de todos los encuentros momentos que merezcan la pena, estando muy presente. Adoro el tiempo con mi familia y mis amigos, leer, escribir, meditar, hacer yoga, la naturaleza, el flamenco y bailar en general. Cada día, si es posible. También me encantan el submarinismo y la escalada, pero los practico poco.
¿A qué querías dedicarte?, ¿Por qué elegiste tu profesión?, ¿Te imaginabas desarrollando el trabajo que realizas hoy?:
De pequeña quería ser escritora. Y sigo queriendo. Decidí estudiar veterinaria porque mi madre me aconsejó que estudiara algo que me gustara, por supuesto, pero que me proporcionara independencia. Una carrera con la que pudiera trabajar en cualquier momento y en cualquier lugar. Y sobre todo que fuera de ciencias, “para entender la vida y la naturaleza”. Me encantó. No cambiaría lo que estudié ni dónde lo estudié, la Universidad de Extremadura, por nada del mundo. Creo que haber estudiado siempre en un sistema de público de enseñanza me ha ayudado a cultivar valores y principios fundamentales.
Cuando terminé la carrera no me imaginaba que doce años después estaría trabajando como representante de mi región ante las instituciones europeas, pero sí tenía claro que la veterinaria abarcaba mucho más de lo que yo imaginaba. Fue así como poco a poco encontré el vínculo entre la salud pública, la agricultura, la ganadería, la protección del medio ambiente, los derechos sociales, las políticas europeas y la veterinaria. Todo encajaba. De pronto descubrí que hay veterinarios en todos los ámbitos, velando por la calidad de vida de las personas.
Háblanos de tus logros y de las dificultades que has encontrado en tu carrera profesional:
Cuando terminé la carrera en 2008 comenzaba la crisis económica en España, la cual se prolongaría casi diez años más, con las consecuencias que ya conocemos. Además, mis padres tenían claro que una vez acabada la carrera, había que buscarse la vida. Estuve trabajando de veterinaria de campo y luego de manera autónoma unos cuatro años. Me siento afortunada porque fueron experiencias difíciles pero bellas, de profundo aprendizaje sobre mí misma y sobre nuestra tierra. Las primeras semanas, el coche se me quedaba constantemente en el barro de los caminos. Como empecé en pleno invierno, pasaba tanto frío vacunando y sacando sangre a cientos de vacas, ovejas y cabras que tenía que meter las manos en agua caliente o en el vellón de las ovejas para poder apretar el gatillo de la Hauptner (pistola de vacunación). Cuando llegaba el fin de semana, le decía a mis padres que tenía mucho trabajo y que por eso no podía ir a casa. Pero la verdad era que me dolían tanto los antebrazos del trabajo que no era capaz de cambiar las marchas del coche y conducir de Olivenza a casa (Plasencia). Podría haber subido en tren o autobús, pero me habrían peguntado preocupados y prefería evitarlo. Aún así, no cambiaría ninguna de las experiencias en aquellas preciosas fincas, la gente, los atardeceres y amaneceres, el paso de las estaciones, lo auténtico de cada segundo.
Desafortunadamente, los sueldos eran muy bajos y decidí probar suerte en otros ámbitos menos exigentes físicamente y mejor remunerados, que me permitieran tener un poco de tiempo de vida más allá del trabajo. Me presenté a un puesto en una multinacional del sector editorial y comunicación de laboratorios veterinarios, con sede en Zaragoza. Todavía hoy me pregunto qué vieron en aquella entrevista, porque después de cuatro horas de pruebas de conocimientos, creatividad, idioma, redacción y entrevista personal, yo cogí el AVE de vuelta Zaragoza-Madrid que no se me pegaba la camisa al cuerpo. Éramos 40 candidatos y todos ellos con unos CVs increíbles (recordemos, plena crisis…la competencia fuertecilla). A los pocos días me llamaron y me incorporé al equipo. Tras unos meses de prácticas, acabé trabajando como gestora de proyectos para clientes internacionales.
Continué durante cinco enriquecedores, pero de nuevo muy intensos años, hasta que decidí disfrutar de un año de excedencia. Tengo que decir que fue la mejor decisión que he tomado en mi vida. Y aunque nadie lo entendió, si no hubiera sido por ese tiempo de desconexión, nunca se habrían dado las circunstancias que acabaron trayéndome hasta aquí. Nada más coger la excedencia me fui a una granja en el sur de Irlanda unos meses, viajé, disfruté del campo de nuevo y luego volví a Extremadura, sin expectativas, feliz de reencontrarme con mi familia. Entonces convocaron unas becas provinciales con destino Bruselas, la solicité y me la dieron. Acabé en el Parlamento Europeo. Tras cuatro fascinantes meses allí y ya pensando en mi vuelta a casa, habiendo aprobado al mismo tiempo un proceso de gestora de proyectos en la Fundación Yuste y prácticamente acariciando las hojas de los robles de los bosques alrededor de mi casa, me surgió la posibilidad de dirigir la Delegación de Extremadura en Bruselas. Por supuesto me asaltaron dudas de todo tipo, entre ellas si estaría capacitada para una labor de tal envergadura o si sería capaz de estar más tiempo lejos de Extremadura. Entonces mi madre me llamó: “Patricia, sabes lo mucho que te echo de menos, pero llevas desde los 12 años diciendo que si algún día te dieran la posibilidad de estar en un puesto como este, lo aceptarías para aportar y mejorar todo lo que estuviera en tus manos por tu tierra”. Así que, como tantas otra veces frente a una decisión importante, respiré hondo, eché algunas lagrimitas que me quedaban para desahogarme y al día siguiente, acepté agradecida la propuesta, con una gran sonrisa en la cara y en el corazón:).
¿Qué consejos y sugerencias podrías hacernos?:
Vive desde el corazón, sin miedo. Comete errores, ríete de ti misma y di “no pasa nada, he aprendido, la próxima vez seguramente lo haré mejor”. Procúrate momentos de soledad y silencio para escucharte, conocerte y tomar decisiones desde ahí. Cultiva cada día un poquito la alegría y la creatividad, ¡como sea! No te canses de empatizar, de conectar con la esencia de los demás, ver qué enseñanzas te traen cada día, aunque a veces ni ellos mismos sean conscientes. Y permanece abierta, porque lo extraordinario sucede cuando te libras de las expectativas y te permites transitar nuevos y misteriosos senderos.