Carmen Galán Rodríguez – Catedrática de Lingüística General en la Universidad de Extremadura

Carmen, a nosotras nos inspiras, ¿quieres presentarte?:

Me llamo Carmen Galán Rodríguez y soy Catedrática de Lingüística General en la Universidad de Extremadura. Llevo más de 30 años dedicada a la docencia, pero tengo también otras muchas aficiones, como escribir cuentos infantiles que yo misma ilustro. 

Nací en Cáceres y he pasado casi toda mi vida en Extremadura.

¿A qué querías dedicarte?, ¿Por qué elegiste tu profesión?, ¿Te imaginabas desarrollando el trabajo que realizas hoy?:

Siempre tuve claro que quería dedicarme a la enseñanza o, si no hubiera sido el caso, a cualquier actividad relacionada con las palabras. Mis padres eran docentes y, desde muy niña, he vivido muy de cerca la vocación, el amor al trabajo y el gusto por la lectura y la escritura; por eso elegí esta profesión, así que no tuve que hacer ningún esfuerzo imaginativo para verme donde estoy ahora.

Háblanos de tus logros y de las dificultades que has encontrado en tu carrera profesional:

Quizá el mayor logro es haber inspirado otras vocaciones. El reconocimiento de los antiguos estudiantes cuando nos encontramos por la calle, sus recuerdos siempre cariñosos y sus comentarios son un regalo impagable que hace que mi profesión sea un «trabajo gustoso», como decía Juan Ramón.

Otro logro importante, aunque tiene su contrapartida, es poder investigar en temas que me apasionan, como las lenguas artificiales o las utopías lingüísticas, que tantas satisfacciones me han proporcionado.

La parte más negativa es que a veces es difícil compaginar el trabajo (por gustoso que sea requiere de mucho tiempo y dedicación) con la vida, lo que impone en ocasiones un cambio en el orden de prelación de las cosas que cuesta mucho trabajo equilibrar.

¿Qué consejos y sugerencias podrías hacernos?:

Siempre hay que creer en lo que hacemos y no renunciar a los sueños. Nunca hay que darse por vencida ni nunca, jamás, decir «no puedo», «no se me da bien», «no me siento con fuerzas». Nunca hay que permitir las imposiciones injustas ni tolerar que nadie nos calle la voz propia. Siempre hay que reservarse un espacio privado, porque es un refugio al que volver en tiempos de tormenta. Y, sobre todo, hay que vivir con la esperanza de que el futuro puede (y debe) ser más justo e integrador si lo afrontamos con valentía, ilusión y arrojo.